"¿Qué adelantas sabiendo mi nombre?
Cada noche tengo uno distinto
y siguiendo la voz del instinto
me lanzo a buscar..."
"Imagino, preciosa, que un hombre."
"Algo más, un amante discreto,
que se atreva a perderme el respeto.
¿No quieres probar?"
"Vivo justo detrás de la esquina,
no me acuerdo si tengo marido.
Si me quitas con arte el vestido,
te invito a champán."
Le solté al barman mil de propina,
apure la cerveza de un sorbo,
acertó quien "El templo del morbo"
le puso a este bar.
Peor para el sol
que se mete a las siete en la cuna
del mar a roncar,
mientras que un servidor
le levanta la falda a la luna.
Al llegar al portal nos buscamos
como dos estudiantes en celo.
Un piso antes del séptimo cielo
se abrió el ascensor.
Nos sirvió para el último gramo
el cristal de su foto de boda.
No faltó ni el desfile de moda
de ropa interior.
"En mi casa no hay nada prohibido,
pero no vayas a enamorarte.
Con el alba tendrás que marcharte
para no volver.
Olvidando que me has conocido,
que una vez estuviste en mi cama.
Hay caprichos de amor que una dama
no debe tener."
"Es mejor - le pedí - que te calles:
no me gusta invertir en quimeras.
Me han traído hasta aquí tus caderas,
no tu corazón."
Y después, ¿para que más detalles?
Ya sabéis, copas, risas, excesos.
¿Cómo van a caber tantos besos
en una canción?
Volví al bar a la noche siguiente,
a brindar con su silla vacía.
Me pedí una cerveza bien fría
y entonces no sé si soñé
o era suya la ardiente
voz que me iba diciendo al oído:
"Me moría de ganas, querido,
de verte otra vez."
Joaquín Sabina